martes, 29 de marzo de 2016

Cultura en el deporte



La igualdad de sexos en la práctica deportiva: una utopía del pasado convertida en realidad


A lo largo de la historia del deporte, los hombres han defendido a toda costa que el deporte lleva inherentes unos valores de virilidad como recoge Carroll (1986, en Hargreaves, 1993:123): “se debería, una vez más, prohibir la participación deportiva de las mujeres: ellas son las verdaderas defensoras de los valores humanistas que emanan del hogar, los valores de la ternura, el amor y la compasión, y este importantísimo papel no debiera ser trastocado por los valores militares y políticos inherentes al deporte. Asimismo, el deporte no debiera silenciarse con valores humanistas: es el foco viviente para la gran virtud de la virilidad”. En esta cita se observa la discriminación sexual que siempre ha existido en el mundo del deporte hacia la mujer, incluso actualmente aunque sea de una manera algo encubierta.

Aunque actualmente esto está cambiando poco a poco, consideramos que un apoyo importante para que esta situación cambie y se consiga una igualdad real entre sexos sería que los medios de comunicación se involucrasen en este ámbito. Es en este punto donde Hargreaves (1993:126) recrimina el proceder de los medios de comunicación en lo que se refiere al deporte, aludiendo a que la atención que se le presta al deporte femenino en ellos es mínima y cuando lo hacen, primero hacen referencia a su condición de mujeres y, después, a la de atletas. No pretendemos recriminar la actitud, en este caso, de los medios sino utilizar su capacidad de convicción frente a la sociedad para que hombres y mujeres sean identificados como iguales en el ámbito deportivo, lo que, irremediablemente, afectaría a los demás ámbitos de la vida social, lo que desembocaría en un cambio en la sociedad que ayudaría al desarrollo de una cultura en la que la igualdad entre todas las personas sería tal que podrían sentarse unas nuevas bases orientadas hacia el respeto a la dignidad humana.

En términos generales puede decirse que la histórica existencia y persistencia de esta segregación de la mujer en el deporte de la que venimos hablando se ha basado en las creencias y discursos tradicionales sobre el papel social de las mujeres orientado al matrimonio y a la maternidad, así como sobre los valores, actitudes y modos de conducta que son propios del sexo femenino, radicalmente opuestos a los que debían caracterizar a la actividad deportiva. (Hargreaves, 1993, en Velázquez Buendía, 2001). Esta autora expone que los hombres tienen acceso a un número mayor de actividades que las mujeres, sin embargo, consideramos que esta idea ha quedado en parte obsoleta, ya que, actualmente, la evolución de la sociedad hacia nuevas formas de ocio han contribuido a la creación de nuevas empresas de ocio deportivo que han ofrecido un amplio abanico de servicios físico-deportivos para cubrir la demanda generada por los ciudadanos/as e, incluso, generando necesidades deportivas antes inimaginables para el gran público.



Este cambio se ha producido por la visión mercantil de los empresarios que han visto a las mujeres como un sector de población potencialmente consumidor de deporte y de todo lo que rodea al mismo (productos, espectáculos deportivos, etc.). La ampliación del mercado de consumidores aumenta las ganancias de las empresas dedicadas al mundo del deporte (marcas deportivas, gestores de servicios deportivos, etc.) y en consecuencia han facilitado desde estas esferas, entre otras, la introducción de la mujer en este campo.

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